El crecimiento de la obesidad y de sus enfermedades derivadas tiene que ver con el sedentarismo de la vida urbana, pero también con los hábitos alimentarios. Se trata de sobrealimentación pero también del predominio de carnes, grasas, sal y azúcar, en detrimento de pan, pescado, legumbres, frutas y vegetales. Los alimentos frescos y cocinados en casa se sustituyen progresivamente por alimentos industriales, procesados, precocinados, con conservantes y aditivos. En la dieta de nuestros niños y jóvenes se abusa de carne, bollería industrial, alimentos precocinados, patatas fritas, etc., repletos de azúcares y grasas saturadas que aumentan la palatalidad(2) y eliminan la sensación de saciedad. Las calorías vacías de elementos nutritivos y cargadas de azúcar refinado que sustituyen a la leche y otros alimentos naturales, son la causa de la epidemia de obesidad actual. Saltarse el desayuno y no ingerir frutas y verduras, al tiempo que beber refrescos en lugar de agua y comer chucherías, perjudica la salud.
La OMS recomienda, para una dieta de 2000 calorías (para un adulto), que la proporción de azúcar no supere los 30-50 gramos diarios. Sin embargo, la OMS no informa a la población que una lata de coca-cola u otros refrescos, contienen 35 gr de azúcar que, por sí sola, superan la dosis mínima. La Academia Americana de Pediatría ha alertado del riesgo del consumo de bebidas azucaradas. Un estudio de la dieta de población escolar en EEUU demostró que una lata adicional de bebida azucarada incrementaba el riesgo de obesidad infantil en un 60%. El organismo metaboliza hasta 100 gr de azúcar en hígado y 200 gr en los músculos. El resto se transforma en grasa. El aumento de células grasas es difícil de combatir porque la restricción calórica para eliminar tales células podría afectar al desarrollo infantil.
Niños, adolescentes y jóvenes reciben un alud de presiones publicitarias proveniente de las multinacionales de comida basura, en especial de McDonald y Coca-cola. Nadie obliga a estas empresas a informar de los peligros que sus productos ocasionan sobre la salud. Los establecimientos y las ventas de estas multinacionales no paran de crecer, al mismo tiempo que la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares de nuestros niños y niñas.
La globalización alimentaria causa inseguridad alimentaria: Hambre y comida basura
En la dieta del primer mundo, se abusa de la ingesta de grasas y carne. Todo ello tiene consecuencias aquí, pero también allá. Hambre y comida basura son caras de la misma moneda. La carne que comemos procede de animales hacinados y alimentados con piensos. Para su engorde rápido y paliar las consecuencias de una "vida" enferma (inmovilidad y estrés del ganado estabulado) son atiborrados de antibióticos y anabolizantes. La industria alimentaria obtiene más rápido, más kilos de carne y más barata, impulsando una dieta basada en un alto consumo de proteína animal que nos enferma. Mientras, la tierra fértil en los países del Sur, se dedica a la producción de alimentos baratos para el ganado en lugar de destinarse a producir alimentos vegetales para la propia población. La consecuencia es la expulsión de los campesinos e indígenas pobladores de esas tierras, obligados a emigrar y hacinarse en las megalópolis del sur o del norte, que les explota como mano de obra barata, negándoles sus derechos humanos y les expulsa cuando no son necesarios.
La producción cárnica mundial se ha quintuplicado en 50 años. El rendimiento proteínico de una hectárea de cereal es 5 veces superior si se destina directamente para consumo humano que si se emplea en engordar al ganado que nos proporciona la carne. El crecimiento en el consumo de carne igualmente acrecienta los problemas de gestión de residuos.
También abusamos del azúcar. Se nos acostumbra desde pequeños a los dulces, como premio, medio para entretener el hambre o sustituto de la comida en forma de golosinas, alimentos procesados o refrescos. Comer azúcar refinado nos descalcifica, además de ingerir los productos químicos necesarios para su blanqueado. En países donde se cultiva la caña de azúcar, se produce una explotación de las personas y del suelo de cultivo. Las empresas investigan para encontrar edulcorantes más dulces y baratos que el azúcar. Al mismo tiempo, abandonamos el consumo de frutas y verduras que contienen azúcares naturales con los nutrientes y minerales necesarios.
Esta dieta, escasa en fibras, verduras y cereales, provoca diabetes, colesterol, afecciones coronarias, cáncer e hipertensión, a los mayores y cada vez más, a los jóvenes y niños. Muchas de las actividades de los jóvenes son sedentarias, cuando el ejercicio físico es imprescindible para su desarrollo. El sedentarismo favorece la obesidad, porque nuestro cuerpo no quema todo lo que ha ingerido y lo transforma en grasa. El hábito consumista ha invadido el ámbito de la comida, identificando a través de la publicidad, ocio y consumo y propagando un patrón alimentario urbano, insano y con escasos nutrientes. Engatusados con imágenes publicitarias de familias felices, jóvenes divertidos y regalos, las cadenas de comida rápida atraen a las capas sociales con menor poder adquisitivo, que aceptan como alimentos productos deleznables. Las cadenas de comida rápida, como Mc Donald´s, son perjudiciales para la salud de niños y adolescentes, por la enorme presión que ejercen sobre los deseos de éstos, provocando que los pequeños no distingan alimentación de diversión y asocien en su imaginario los espacios de Mc Donald´s con lugares de felicidad. Son futuros clientes afiliados de por vida a la comida basura.
Las enfermedades alimentarias (anorexia, bulimia, obesidad, etc.) no afectan a todos por igual. Amenazan a los grupos sociales con menor educación y menor renta. La epidemia de obesidad contagia a grupos sociales urbanos, dependientes de un trabajo basura y con dificultades para pagar la hipoteca o el alquiler. Su malnutrición no es por falta de alimentos, sino por el exceso y la nocividad de los mismos…
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