jueves, 27 de marzo de 2008

Desayunar reduce el riesgo de sobrepeso

Lo sugiere un estudio en adolescentes
NUEVA YORK (The New York Time s).- Un equipo de investigadores norteamericanos hallaron evidencias que sugieren que mamá tenía razón: el desayuno quizá sea la comida más importante de todas. Un nuevo estudio muestra que cuanto más frecuente es el hábito de desayunar entre los adolescentes, menores son las probabilidades de que tengan sobrepeso.
Los científicos examinaron los hábitos alimentarios y de actividad física de 1007 chicos y 1215 chicas con una edad promedio de 15 años al comienzo del estudio. Encontraron una relación directa entre la costumbre de desayunar y el índice de masa corporal (IMC): cuanto más frecuen temente lo hacían los adolescentes, menor era su IMC.
No está claro por qué no desayunar lleva a tener menos kilos de más. El trabajo halló que quienes desayunaban consumían grandes cantidades de carbohidratos y fibra, pero menos calorías en forma de grasa y realizaban más ejercicio.
El consumo de alimentos ricos en fibra probablemente mejore los niveles de insulina y glucosa, haciendo que las personas se sientan más satisfechas y menos proclives a comer más durante el resto del día.
"El consumo de comida durante el desayuno parece influir en la actividad -dijo Donna Sprujit-Metz, profesora asistente de medicina preventiva de la Universidad de California del Sur, que no participó del estudio-. Quizá los chicos que toman desayuno consumen menos alimentos refinados y más que contienen fibra."
Patrones alimentarios
Para el estudio, que aparece en la revista Pediatrics , los investigadores registraron la ingestión de alimento s e incluyeron preguntas para determinar el comportamiento y las presiones sociales que influyen sobre la alimentación. Por ejemplo, preguntaron si los adolescentes estaban preocupados por su peso, si salteaban comidas para perder peso, si habían recibido burlas relacionadas con su peso y con qué frecuencia habían realizado dietas. También se les preguntó cuánto ejercicio realizaban.
Cerca de la mitad de los adolescentes desayunaban intermitentemente, pero las mujeres eran más propensas a saltear esa comida y los varones más tendientes a realizarla. Las mujeres que siempre desayunaban tenían una dieta con más contenido de colesterol, fibra y calorías totales que aquellas que salteaban esa comida; los varones que siempre desayunaban consumían más calorías, más carbohidratos y fibra, y menos grasas saturadas que quienes salteaban esa comida.
Al comienzo del estudio, quienes desayunaban todos los días tenían en promedio un IMC de 21.7, de 22.5 quienes desayunaba n en forma intermitente, y 23,4 quienes nunca desayunaban. En el transcurso de los 5 años que duró el estudio, el IMC se incrementó según ese mismo patrón.
FUENTE ORIGINAL: http://www.lanacion.com.ar/cienciasalud/nota.asp?nota_id=998671
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lunes, 24 de marzo de 2008

10 razones para no hacer dieta

Consideradas casi un ritual por aquellos que luchan contra los kilos, cada vez surgen desde la ciencia más voces contrarias a las dietas clásicas y restrictivas. Por qué es mejor olvidar viejos mitos y aprender a comer... que vivir a lechuga y agua

10 ideas falsas

1. Hacer dieta es la mejor manera de perder peso
En realidad, casi siempre ocurre lo contrario. De hecho, una revisión de investigaciones internacionales publicada el año pasado por la revista American Psychologist concluyó que las dietas hipocalóricas (menos de 1000 calorías diarias) no son efectivas en el largo plazo. Según este trabajo, que incluyó 30 estudios con 2 mil pacientes, entre el 35 y el 70 por ciento de ellos recuperaron al año los kilos que habían bajado.
Por otra parte, según señala el doctor Alberto Cormillot, “las dietas, si no están acompañadas de un trabajo de reeducación y contención, suelen fracasar. El mejor tratamiento consiste en cambiar la química y los hábitos, algo que no se modifica simplemente con una dieta”.

2. Todo es cuestión de calorías
¡Abajo la tablita! O, mejor dicho, hay que armar otra, que preste atención no sólo a las calorías, sino también al poder de saciedad de los alimentos, que se mide según un nuevo parámetro: el índice glucémico (IG). “Se trata de un indicador de la capacidad de los comestibles de elevar el azúcar en sangre después de ser ingeridos”, explica la nutricionista Mónica Katz.
Cuanto más alto sea ese pico y cuanto menor sea el tiempo en alcanzarlo, más rápida será la secreción de insulina por parte del organismo y menor su poder de producir saciedad. Por lo tanto, a igual número de calorías, es mejor un alimento con bajo índice glucémico (que provoca mayor saciedad). Por ejemplo, el pan fresco en lugar de tostado, o una banana antes que una manzana.

3. Para adelgazar hay que eliminar pan, pastas y postres
Otro mito que cae. “Las dietas que prohíben alimentos están destinadas al fracaso”, dice Cormillot. Y numerosos estudios científicos lo avalan: según recientes investigaciones, se necesitan 19 alimentos diferentes por semana para no tener carencia de nutrientes.
Además, toda dieta debe tener 50% de hidratos de carbono: legumbres, cereales, frutas, verduras y pastas.
De la mano de este nuevo concepto, algunos alimentos “malditos”, como los fideos, son con justicia reivindicados: es que la culpa no era de ellos, sino de las salsas.
Hoy se pueden incluir en el menú una o dos veces por semana, con algún aliño liviano (de tomates o crema).
Los que quieren adelgazar deben preferir los “moñitos” o “tirabuzones” a los spaghetti largos, ya que tienen un índice glucémico más bajo, y por eso mismo causan mayor saciedad.

4. Para bajar de peso hay que eliminar grasas y aceites
Grave error: si el cerebro no recibe grasa y glucosa, dispara la sensación de hambre. “El hipotálamo no sabe de dietas: si le faltan hidratos o lípidos, pone al organismo en sistema ahorro, para que consuma menos”, dice la doctora Katz.
Además, los aceites proveen ácidos grasos esenciales, que el organismo no los fabrica (y los incorpora mediante alimentos) para la formación de las hormonas y las membranas de las células.
Los lípidos también participan en la absorción y el transporte de vitaminas liposolubles y son fuente de energía.
Lo que sí es cierto es que hay que consumirlos con moderación (aportan 9 calorías por gramo) y preferir los de origen vegetal (girasol, maíz, soja, uva, canola, oliva y chía).
Otras grasas menos saludables pero que igualmente se pueden consumir en forma ocasional son manteca, margarina, mayonesa y cremas.

5. Hay que comer hidratos de carbono y proteínas en comidas diferentes
Las llamadas “dietas disociadas” han resultado ser una estafa para muchos nutricionistas. No hay ninguna prueba de que comer hidratos de carbono y proteínas por separado sea bueno para la digestión o ayude a bajar de peso.
Además, muchos de los alimentos más beneficiosos (las frutas secas, las legumbres, etc.) contienen ambos elementos a la vez. ¿Cómo hacemos para separarlos?
Una vez más, la mejor dieta es aquella que incluye la mayor variedad de alimentos, y aquí la regla del 5 x 5: cinco porciones al día de frutas y verduras combinando cinco colores según la estación y la imaginación.
Salirse de la mixta-de-lechuga-y-tomate- con-manzana-de-postre, para sumar más verde (rúcula, espinaca, zapallito), rojo (cerezas, frutillas), violeta (repollo, uvas, berenjena), amarillo (morrón, pomelo), naranja (naranjas, duraznos, calabaza) y blanco (papa, mandioca).

6. Los alimentos dietéticos ayudan a hacer dieta
Atención: son un arma de doble filo. Muchos estudios demuestran que, con la excusa de que son “light, bajas calorías, dietéticos”, la gente tiende a consumirlos en mayor cantidad que si se tratara de productos normales. Sin defenestrarlos, el doctor Cormillot recomienda acudir a ellos, pero con cautela. “Light no siempre es sinónimo de dietético –advierte–.
Generalmente, los productos light tienen un 30 por ciento menos de calorías o la mitad de las grasas que su versión original.” Pero no son cero calorías. Del mismo modo, no es lo mismo “light” que “bajas calorías”, porque existen alimentos “light” reducidos en sodio, pero con la misma cantidad de grasas e hidratos.
O sea, hay que leer las etiquetas y prestar atención a las porciones.

7. Adelgazar es una cuestión de voluntad
Lamentablemente, esta concepción errónea, que no toma en cuenta que la obesidad es una enfermedad crónica y compleja, ha traído mucho sufrimiento a quienes la padecen. La obesidad tiene muchos componentes de adicción en los que se involucran factores bioquímicos, emocionales, culturales y genéticos.
La psicóloga Teresa Panzitta afirma que lo fundamental es distinguir las sensaciones de hambre y saciedad (a menudo tergiversadas en el obeso) y el registro de un “stop”, que existe, pero que no puede aceptar. “Esta es la sensación de frustración que aparece cuando sienten que siguieron comiendo y en realidad no se sintieron satisfechos. Uno está lleno, pero no es eso lo que buscaba”, afirma.

8. Para quemar calorías hay que anotarse en un gimnasio o salir a correr
No necesariamente. De hecho, pensar esto es la mejor manera de postergar el inicio de un programa de descenso de peso. Lo que cuenta hoy es un “estilo de vida activo” que implique moverse aun sin zapatillas ni jogging.
Así como se ha instalado la idea de dosificar las comidas durante el día, otro tanto debe hacerse con la actividad física. Lo ideal es hacer 30 a 40 minutos diarios de ejercicio, repartidos en seis oportunidades: al levantarse, antes de ir al trabajo (dejar el auto o bajarse del subte o colectivo unas 10 cuadras antes), en el trabajo dos veces (movimientos de pies y de hombros que se pueden hacer en la silla, caminar un rato, subir y bajar la escalera), al volver a casa y por la noche, por ejemplo, levantando las piernas mientras miramos tele. Si estos movimientos se hacen con música, tanto mejor. “Bailar es la mejor receta”, asegura Cormillot.

9. Para adelgazar no hay que comer de noche
Esta idea no tiene ningún sustento científico. Si bien se recomienda cenar frugalmente (por ejemplo, evitar carnes grasosas o salsas pesadas), y separar la comida de la hora de dormir, irse a la cama con hambre es sinónimo de ganarse un insomnio (o un atracón nocturno). En realidad, las calorías no saben de horarios y se queman y almacenan durante las 24 horas. Además “durante la noche hay un aumento de la grelina, una sustancia que favorece el depósito de grasa y se segrega en el estómago cuando está vacío”, explica la doctora Katz.
Por otra parte, “cuando no hay presencia de nutrientes en el estómago también bajan los niveles de leptina, que es la hormona que disminuye el hambre y aumenta el gasto metabólico”.

10. Si se duerme menos, se adelgaza
Hoy se duerme, en promedio, seis horas diarias, dos menos que en los años 70. Y quedarse despierto mirando televisión, chateando, o salir hasta la madrugada, aunque tengamos que ir al trabajo o al colegio a las 8, se paga con kilos de más en la balanza.
Diversas investigaciones (entre ellas, una de la Universidad de Bristol, en Gran Bretaña, que revisó una decena de estudios anteriores) demuestran que dormir menos de 7 horas se relaciona con un mayor riesgo de sobrepeso y obesidad.
“Esto ocurre justamente porque en las personas con hábitos nocturnos y que duermen en forma insuficiente aumenta la grelina y disminuye la leptina”, explica Katz. Y como se vio en el punto anterior, el cóctel de grelina en alza y leptina en baja favorece la obesidad en lugar de combatirla.

10 razones para no hacer dietas

1. Cuanto más rápida es la dieta, más velozmente se recupera el peso perdido Es el famoso “efecto rebote”. O subir como en avión lo que se bajó trabajosamente por la escalera. Para evitarlo, hay que tratar de ir más despacio y paso a paso:
“Hoy, el éxito de un tratamiento para adelgazar implica perder el 10% del peso inicial y mantenerlo por lo menos un año”, dice la nutricionista Mónica Katz.
El abordaje moderno es ir por etapas. Así, el cuerpo y la mente se adaptan al nuevo estado.

2. Después de la privación, llega el atracón Dice la nutricionista Mónica Katz: “Cualquier dieta que uno haga y luego deje, vuelve a subir. Y cuanto más estricta haya sido la dieta, mayor será la suba de peso. Porque hay una revancha del cuerpo y de la mente”. Por otra parte, confirma la psicóloga Teresa Panzitta: “Toda restricción incrementa el deseo”. Por eso, hacer dietas restrictivas provoca un aumento de los pensamientos obsesivos respecto del cuerpo y de la comida, y con esto se genera un círculo vicioso de prohibiciones y atracones difícil de cortar.

3. Vivir a dieta hace funcionar al organismo en “modo ahorro” Desde el punto de vista fisiológico, el organismo está preparado para la escasez, no para la sobreabundancia de alimentos y estímulos como la que existe hoy. “Esto hace que, ante la falta de alimentos, el metabolismo se vuelva automáticamente más lento para gastar menos calorías”, explica la nutricionista Mónica Katz. Y, a la vez, dispara señales de hambre para alertarnos de que debemos comer para recargar energías.

4. La mayoría de las dietas no son saludables Según el metaestudio publicado por American Psychologist, “las dietas hipocalóricas no aportan la cantidad de nutrientes necesarios para un buen funcionamiento del organismo”. Y adicionalmente a esto, “tampoco generan mejoras en los niveles de colesterol, hipertensión o glucosa en sangre”.
Razón de más para no embarcarse en ellas.

5. Muchas dietas van a contramano de las costumbres y los hábitos sociales
Comer es un hecho social que va mucho más allá de lo fisiológico.
Implica sentarse a la mesa y compartir con otros.
El hecho de comer cada vez más solos y apurados, o frente al televisor en lugar de hacerlo a una mesa, también predispone a la obesidad, ya que se pierde la noción de las porciones y las cantidades.
Por otra parte, toda dieta que implique horarios o tipos de alimentos diferentes de los que consumimos habitualmente se vuelve muy difícil de seguir y rápidamente se abandona.

6. Cuando una dieta fracasa, sobrevienen la frustración y la culpa Estos sentimientos disparan el deseo de comer como forma de expiación, lo que no hace sino “alimentar” un fatídico círculo vicioso.
“Si bien existe una luna de miel”, en la que la dieta se cumple y se baja de peso, después el obeso no aguanta más y vuelve a subir”, dice la psicóloga Panzitta. “Y esto no le pasa porque se autoagrede, es transgresor o se porta mal. Le pasa porque el estar permanentemente a dieta hace que surjan actos de rebeldía por la comida. Por eso, muchas conductas compulsivas se originan, en realidad, en años y años de dietas.”

7. Las personas delgadas no viven a dieta Simplemente adquirieron hábitos saludables de alimentación, que van desde la compra de los alimentos hasta la forma de cocinarlos, la de comerlos, y el equilibrio entre las calorías que ingieren y las que consumen.

8. Las dietas provocan estrés Nuestro organismo está preparado para estresarnos frente a la falta de alimento. Pero este mecanismo de supervivencia que nos salvó de morir de hambre en el pasado, hoy se nos vuelve en contra por la superabundancia de alimentos y los múltiples estímulos que nos incitan a comer (la publicidad, los medios, el aburrimiento). Y este estrés, que se suma al estrés cotidiano de nuestra vida, hace que paradójicamente recurramos a la comida como forma de calmarnos. Con lo que, otra vez, alimentamos el círculo vicioso.

9. El descenso de peso logrado por las dietas raramente se mantiene en el tiempo Y esto lo saben muy bien todos los gorditos, que conocen y han probado todo tipo de dietas. Con cualquiera de ellas se puede bajar de peso. Lo difícil es mantenerse.
Volviendo al metaestudio de American Psychologist: “A los cuatro años de haber emprendido la dieta, entre uno y dos tercios de las personas recuperaron más peso que el que tenían antes de empezarlas”. Francamente, desmoralizador.

10. La obesidad es demasiado compleja para curarla con una dieta La obesidad tiene componentes genéticos, hereditarios, culturales, hormonales, metabólicos y emocionales, que requieren un trabajo interdisciplinario.

En tanto, “el éxito de un tratamiento para adelgazar es la distancia entre nuestras expectativas y el resultado –dice Mónica Katz–. Por lo tanto, hay que plantearse objetivos reales y no ideales, preparar un ambiente seguro (sin tentaciones a la vista), y saber que, como todo aprendizaje, requiere tiempo y esfuerzo. No hay magia.”

Por María Naranjo . Revista La Nacion domingo 23 de marzo 2008

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viernes, 14 de marzo de 2008

Música para recuperarse de apoplejía

Un estudio sugiere que la recuperación de un accidente cerebrovascular mejora con dos horas de música diarias

Los pacientes que han sufirdo un accidente cerebrovascular mejoran con más rapidez si escuchan música durante dos horas todos los días en las primeras etapas de la recuperación, de acuerdo a un grupo de investigadores finlandeses. Es la primera vez que se observa este efecto en humanos.

Con 'tratamiento musical' los pacientes recuperan mejor la memoria verbal y la atención focalizada que aquellos a los que no se les aplica. También muestran mejor humor y una actitud más positiva que los que no escuchan nada o que escuchan textos grabados. Los investigadores finlandeses aseguran que es la primera vez que se observa este efecto en humanos y creen que puede resultar de gran importancia en la práctica clínica. En concreto, los pacientes escucharon discos de su música favorita, sin exclusión de ningún género.

Hasta ahora se habían observado efectos beneficiosos sobre la recuperación motora, en casos de accidente cerebrovascular, de diferentes tipos de estimulación motora y sensorial, así como de la estimulación eléctrica directa en el cerebro, pero no específicamente de la música. Lo que sí se sabía es que la música es uno de los estímulos más potentes del sistema auditivo, porque es un proceso complejo para el cerebro, al desencadenar una cadena de componentes cognitivos y emocionales cuyo sustrato neuronal es diferente.

Recuperación cognitiva y emocional

Los pacientes que escucharon música manifestaron menos sentimientos de depresión y confusión
«Como resultado de nuestro estudio, sugerimos que escuchar música a diario durante la primera etapa de recuperación de un accidente cerebrovascular suma un elemento valioso al cuidado de los pacientes, especialmente si en esta fase no se pueden aplicar todavía otras formas activas de rehabilitación», ha dicho el psicólogo Teppo Sarkamo, primer autor del artículo que publica la revista científica 'Brain'. «Y lo hace porque proporciona un medio individual, fácil de realizar y barato para facilitar la recuperación cognitiva y emocional».

El estudio se hizo sobre 60 pacientes hospitalizados por apoplejía de la arteria cerebral media, en cualquiera de los dos hemisferios. Se formaron tres grupos: el que escuchaba música dos horas al día, el que escuchaba textos (narraciones, libros o poemas) el mismo tiempo y el grupo control, que no escuchaba nada. La intervención empezó en cuanto los médicos lo permitieron. «Creímos que era importante comenzar la escucha lo antes posible, ya que el cerebro puede sufrir cambios bastante grandes durante las primeras semanas e, incluso, meses de recuperación; y sabemos que estos cambios pueden ser mayores si existen estímulos ambientales», explica Sarkamo.

La mayoría de los pacientes, como resultado de la apoplejía, sufría problemas de movilidad y también de memoria y atención. El cuidado que recibieron fue el habitual en un proceso de rehabilitación. El experimento duró tres meses para cada paciente. «Encontramos que tres meses después del infarto, en los pacientes que escuchaban música, mejoró la memoria verbal un 60%, frente a un 18% en los que escuchaban textos y un 29% en los que no escuchaban nada», dice Sarkamo.

Además, «la atención focalizada, que es la capacidad de controlar y realizar operaciones mentales y elegir entre varias respuestas posibles, mejoró un 17% en los primeros, mientras que los segundos y los terceros no mostraron mejoría alguna», añade el investigador. Estas diferencias se mantuvieron hasta el último control, seis meses después del ictus.

Sensaciones particulares
Otro aspecto llamativo en el estudio clínico es el referido al estado de los pacientes durante el estudio. Los que escucharon música manifestaron menos sentimientos de depresión y confusión respecto a los del grupo de control. Los investigadores están seguros de que la mejora en la recuperación cognitiva se debe directamente a la música. Además, como la mayor parte de la música escuchada (un 63%) era vocal piensan que la combinación de música y voz es el componente esencial de la recuperación.

También señalan que típicamente los pacientes, durante las primeras semanas y los primeros meses, pasaron tres cuartas partes del tiempo en su habitación sin hacer nada, a pesar de que ésta es la etapa en la que más se puede influir en los cambios cerebrales que se están produciendo durante la recuperación. Sin embargo, se trata de un único estudio, por lo que las conclusiones no pueden ser generalizadas sin más, y hay que esperar más estudios para que los terapeutas puedan aplicar este tratamiento como añadido al tratamiento habitual. Advierten, además, que no todos los pacientes serán igual de receptivos a la música, ya que puede haber personas a las que no les guste.

FUNCIONAMIENTO DEL CEREBRO
La arteria cerebral media es la mayor de las arterias cerebrales y suministra sangre a gran parte del lóbulo frontal y la mayor parte de los lóbulos parietal y temporal, así como a los ganglios basales y la sustancia adyacente. Por esta razón, los efectos de un estrechamiento u oclusión de dicha arteria son variados y dependen de si ha resultado afectado el hemisferio derecho o el izquierdo y en qué parte cada uno: se pueden producir problemas motores, sensoriales y cognitivos, como que la información se procese más lentamente, y déficit de atención y de memoria.

El daño en el hemisferio izquierdo a menudo produce problemas de lenguaje (afasia) y con la aritmética, mientras que el daño en el hemisferio derecho causa dificultades en la percepción espacial y la manipulación de objetos en el espacio, así como incapacidad para prestar atención a lo que sucede en el lado izquierdo del cuerpo.

Existen tres mecanismos cerebrales posibles para explicar los efectos beneficiosos de la música en la recuperación de accidentes cerebrovasculares.

La música mejora el estado de alerta, la atención y la sensación de bienestar, a través de una parte del sistema nervioso que está implicada en los sentimientos de placer y recompensa, la alerta, la motivación y la memoria.

La música estimula directamente la recuperación de las áreas dañadas del cerebro.

La música estimula otros mecanismos más generales relacionados con la plasticidad cerebral, que es la capacidad del cerebro de reparar y renovar sus redes neuronales tras el daño.

Fuente: http://www.consumer.es/web/es/salud/investigacion_medica/2008/03/10/175269.php

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miércoles, 12 de marzo de 2008

Los chicos son cada vez más sedentarios

Muy pronto, actividades como jugar al “fulbito”, a la “mancha” o a la “escondida”, saltar la soga, andar en bicicleta o, simplemente, caminar pasarán a integrar el catálogo de antigüedades propias de generaciones pasadas.

Los adolescentes y preadolescentes de hoy no sólo las practican cada vez menos, sino que ocupan sus días con otras que pueden ensayar cómodamente sentados, como chatear, navegar por Internet o mirar televisión.
Eso es lo que parecen demostrar los datos preliminares de un estudio sobre patrones de actividad en los adolescentes que hasta fin de año está haciendo el Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (Cesni) en una muestra de escuelas de San Martín y San Isidro que abarca a chicos de todas las extracciones sociales.
"Si uno tiene en cuenta el promedio de toda la semana, dos tercios de los chicos estudiados desarrollan una actividad física leve; pero si se analizan sólo los fines de semana, la situación es aún peor: esa cifra asciende al 83%", asegura el licenciado Sergio Britos, director asociado de Cesni.

Según los especialistas, este sedentarismo creciente es la otra cara de la epidemia de obesidad. "Se conoce bastante bien qué y cuánto comen los chicos [en Cesni tenemos más de mil encuestas disponibles], pero muy poco sobre cuánto se mueven -subraya Britos-. Aunque se teoriza mucho, hay pocos estudios en el ámbito local que midan específicamente qué tan sedentarios son los chicos, particularmente en edad escolar."

Para tomar registros precisos no sólo de la actividad programada, sino principalmente de la espontánea, los investigadores diseñaron un protocolo que permite medir qué tipo de actividad física hacen y con qué intensidad chicos de algo más de 12 años, en promedio. Utilizan un dispositivo del tamaño de un celular -llamado acelerómetro triaxial- que mide electrónicamente los movimientos en tres dimensiones: horizontal, vertical y lateral.

"Los chicos lo usan durante diez horas y se lo sacan solamente para dormir y para bañarse -detalla Britos-. Luego, mediante un programa de computación, el sistema traduce el movimiento a lo que se llama «cuentas de actividad» por minuto y éstas, a calorías gastadas. El gráfico resultante es parecido al de un electrocardiograma; los picos corresponden a los momentos de mayor intensidad de movimiento y el resto a los de menor intensidad. Todo lo que está por debajo de 600 [cuentas de actividad] es compatible con actividades sedentarias."

Para establecer las diferencias que existen entre la actividad de los días de semana y la de los fines de semana, hay chicos que utilizan el acelerómetro de lunes a miércoles, y otros que lo hacen de jueves a domingo. En los que van a la escuela a la mañana, las mediciones empiezan aproximadamente a las ocho y se prolongan hasta las seis de la tarde. En los que cursan a la tarde, esas diez horas comienzan a contabilizarse un poco más tarde para captar una parte del movimiento extraescolar.

"Se trata de una de las metodologías más recomendadas en la literatura científica actual para medir actividad física", subraya Britos. Además, se los mide, se los pesa y se establece con calibres la medida de sus pliegues para determinar sobrepeso y obesidad.

Flacos y obesos

Hasta el momento, los especialistas llevan estudiados unos 135 chicos, pero la idea es llegar a unos 250 durante el año. El porcentaje con exceso de peso ronda el 30% -el 19% tiene sobrepeso y el 11%, obesidad-.

"Aunque aún nos falta analizar a un grupo de chicos, estos valores coinciden con lo hallado por la mayoría de los estudios, tanto nuestros como de otros autores", afirma Britos.

Dependiendo de las cuentas de actividad por minuto que registran los acelerómetros, los investigadores ubican a los chicos dentro de una clasificación de actividad "baja, moderada o intensa". La baja corresponde a un rango inferior a 635 cuentas de actividad por minuto, y allí se encuentra más del 50% de los casos, cuando se calcula el promedio entre días de semana y fines de semana. Dos tercios de la muestra realiza una actividad leve. Y los fines de semana los chicos se mueven aún menos: el 83% cabe dentro de esa clasificación.

"No hubo diferencias significativas entre escuelas privadas y estatales, ni por estrato social ni por grado de obesidad -dice Britos-. Los resultados fueron iguales para chicos que vivían en departamento, casa o villa miseria. En la actualidad, los chicos pobres tampoco caben dentro del modelo tradicional de juego en el potrero. Muchas veces acompañan al padre en el cartoneo o se quedan cuidando a un hermanito o hermanita en la casa, y mirando televisión, que nunca falta. Los obesos se mueven igual que los flacos: poco.

" Para el especialista, a partir de estos resultados es importante pensar qué tipo de intervenciones se pueden diseñar para promover la actividad física. "Nosotros y muchos otros, como la Organización Panamericana de la Salud, venimos planteando que la prevención de la obesidad depende de la actividad física espontánea y no de inscribirse en un club o una institución deportiva. Lo que importa es caminar, tener un recreo activo. Que los chicos corran, que jueguen, que la hora de actividad física sea aprovechada. El movimiento espontáneo en algunos sujetos llega a representar entre el 10 y el 12% del gasto calórico total. Los 20 minutos de bicicleta no cuentan tanto como los muchos minutos que una persona activa les dedica a actividades que demandan un esfuerzo más que leve. Hay que promover la actividad física espontánea, que es la más fácil. En términos de salud pública, importa casi más que la institucional."

"Es una catástrofe"
Los resultados del estudio de Cesni sobre patrones de actividad física en preadolescentes y adolescentes coinciden con el sedentarismo que están auscultando especialistas locales en deportología. Para el doctor Héctor Kunik, presidente de la Asociación Metropolitana de Medicina del Deporte, se trata de una verdadera catástrofe. "A partir de los doce años, la caída en la actividad física es tremenda -concuerda Kunik-, especialmente en las mujeres. Hasta esa edad, el 70% de los chicos son físicamente activos; a los 21, sólo el 40% de los hombres y el 30% de las mujeres hacen actividad física. En las escuelas no se le da la importancia que tiene, pero además los chicos pasan una enorme cantidad de horas mirando TV y con los jueguitos electrónicos. Ahora, no juegan a la pelota, hacen como que juegan..."

Por Nora Bär De la Redacción de LA NACION Suplemento Ciencia/salud. 10-03-2008

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lunes, 3 de marzo de 2008

La obesidad crece por la dificultad de compatibilizar los hábitos de vida modernos con una alimentación sana

Esta enfermedad podría hacer que los hijos llegaran a vivir menos que sus padres


La dificultad de compatibilizar los hábitos de vida modernos con una alimentación sana está incidiendo en el aumento de la obesidad y de las enfermedades asociadas al sobrepeso, tendencia que si no se rompe podría desembocar en el hecho de que los hijos puedan llegar a vivir menos que sus padres. Ésta es una de las conclusiones del estudio "Alimentación, consumo y salud", elaborado por Fundación La Caixa y que analiza los problemas que están emergiendo en relación con estos ámbitos.

España ocupa el tercer puesto en el ranking de obesidad, tras el Reino Unido y Estados Unidos. En los últimos 20 años, la prevalencia de esta enfermedad se ha duplicado entre los niños y adolescentes. "Una persona entre 12 y 15 años con obesidad desarrolla factores de riesgo que apuntan a una muerte prematura", señaló Javier Aranceta, presidente de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC), durante la presentación ayer del informe.

El trabajo, realizado con la aportación de médicos, sociólogos y antropólogos, ofrece consejos para luchar contra esta epidemia. "La cuestión no es si comemos cada vez peor, sino si es posible comer bien. Hoy no existen condiciones sociales para alimentarnos saludablemente. Los ingresos, la edad y la ocupación influyen", indicó Cecilia Díaz, coordinadora del informe.

Nuevas enfermedades
Según el estudio, hemos pasado en las últimas décadas de una sociedad con carencias alimentarias a otra con sobreabundancia y con hábitos de vida poco saludables, que abren el camino a nuevas enfermedades como consecuencia de estilos de vida sedentarios.

Destaca que la obesidad infantil y juvenil "crece alarmantemente y proliferan otras patologías asociadas a la nutrición como la anorexia, la bulimia o la ortorexia", factores que pueden provocar que "por primera vez en la historia de la humanidad los hijos tengan menor esperanza de vida que sus padres como consecuencia de la aparición de enfermedades degenerativas derivadas del sobrepeso y de hábitos alimenticios inadecuados".

Aranceta recuerda que la obesidad induce a enfermedades crónicas que acortan la vida (diabetes, hipertensión) y en el caso de jóvenes de entre 12 a 18 años que la padecen pueden desarrollar 30 años antes de lo previsto factores de riesgo "que orientan que van a tener una mortalidad prematura o una esperanza de vida más corta". Para evitar esta situación, el especialista en medicina preventiva aconseja que cada familia tenga un proyecto de salud que acomode "los gustos con lo que nos favorece".

Obesidad infantil
El estudio señala que la obesidad se define como un acumulo excesivo de tejido adiposo que en los menores se produce a nivel subcutáneo, mientras que en los sujetos adultos suele formar depósitos grasos intraabdominales. Esta enfermedad crónica, que supone un considerable incremento del riesgo de aparición de problemas de salud, se produce en un 95% de los casos debido a factores medioambientales, relacionados con estilos de vida sedentarios así como de hábitos alimentarios que favorecen un depósito gradual de grasa.

Los problemas alimentarios aparecen unidos a fenómenos sociales que tienen poco que ver con la escasez y mucho con la abundancia

La obesidad infantil, calificada por la OMS (Organización Mundial de la Salud) como la epidemia del siglo XXI, provoca problemas tantos fisiológicos como psicológicos. Uno de los más generalizados es el llamado "síndrome metabólico" que incluye una elevación de los niveles de presión arterial, glucemia y colesterol. Ello se traduce en un aumento considerable del riesgo cardiovascular y en la aparición de diabetes tipo 2.

Estados Unidos y Gran Bretaña presentan índices muy preocupantes de incidencia de esta enfermedad entre los menores, mientras que España se sitúa en tercer lugar entre los países estudiados. "La prevalencia de esta enfermedad en España entre los menores de entre 6 y 13 años se ha doblado dramáticamente en los últimos 20 años", advierte el informe de la Fundación La Caixa. Las cifras sobre obesidad infantil en EE.UU. son del 30% y en España del 15%.

Paradojas alimentarias que pone de manifiesto este estudio:

- En nuestra sociedad no faltan alimentos y, sin embargo, nunca ha existido tanta preocupación ciudadana acerca de la alimentación y la salud.

- Nunca como hasta ahora la alimentación ha estado tan regulada, pero, al mismo tiempo, nunca han existido tantos riesgos asociados a la alimentación.

- A pesar del aumento de protección institucional del consumidor, la percepción de los riesgos por parte del ciudadano ha ido en aumento.

- El consumidor nunca ha tenido tanta información sobre cómo alimentarse adecuadamente y, sin embargo, nunca ha habido tanta confusión para decidir cómo alimentarse de manera saludable.

- Las recomendaciones alimenticias para mejorar la salud se han orientado tradicionalmente a conseguir la modificación de lo que se ingiere. Sin embargo, ahora más que nunca, es necesario incidir en consejos que modifiquen los contextos sociales en los que se realizan los consumos.

- Los problemas alimentarios son un asunto también público pero en la mayoría de casos son tratados como asuntos individuales

Fuente: http://www.consumer.es/web/es/alimentacion/2008/02/28/174942.php