jueves, 30 de abril de 2009

Cómo mejorar las defensas a través de la alimentación

Hay seis nutrientes que fortalecen el sistema inmune, lo que previene enfermedades
Noticias de Ciencia/Salud: anterior siguiente Miércoles 29 de abril de 2009
Fabiola Czubaj LA NACION

Comer saludablemente va más allá de ayudarnos a conseguir una buena figura. Existen evidencias de que respetar las recomendaciones nutricionales mejora el funcionamiento del sistema inmunológico en chicos y grandes contra enfermedades como diarreas, trastornos inflamatorios intestinales o infecciones respiratorias bacterianas, entre muchas otras.
"Con una buena alimentación podemos prevenir enfermedades, porque el sistema inmune posee células que, como cualquier otra célula del organismo, se sirven de los nutrientes que ingresan a través de la alimentación y aumentan su actividad", sintetizó la doctora Gabriela Perdigón, investigadora principal del Conicet en el Centro de Referencia para Lactobacilos (Cerela) y profesora titular de Inmunología del Instituto de Microbiología de la Universidad Nacional de Tucumán.
"Este enfoque de la inmunonutrición, relativamente nuevo, afirma que la dieta, entre otros factores, condiciona los mecanismos de defensa -señaló la doctora Nora Slobodianik, profesora titular de la Cátedra de Nutrición de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA-. Así como el organismo necesita energía y nutrientes, las células del sistema inmunológico los necesitan para [proporcionar] una adecuada función protectora."
Ambas investigadoras, que representan al país ante el Foro Internacional de Inmunonutrición (I-Finer.org), participaron ayer de una presentación organizada por la empresa Danone con motivo del Día de la Inmunología, que se celebra hoy. Al finalizar, dialogaron con LA NACION sobre cómo podemos mejorar nuestras defensas a través de la nutrición.
Básicamente, y según la alimentación típica de los argentinos, las especialistas mencionaron por lo menos seis nutrientes que no pueden faltar de la alimentación habitual, como tampoco consumirse en exceso. "Está demostrado que el consumo de cualquier nutriente en exceso provoca prácticamente el mismo efecto que su deficiencia: hace que se deprima el sistema inmune porque las células necesitan sólo una determinada cantidad y no su acumulación, que puede ser perniciosa", dijo Slobodianik.
Los seis nutrientes que ayudan al sistema responsable de controlar las agresiones que producen las bacterias, los virus y los parásitos son las vitaminas (A, E y C), los minerales (zinc, cobre, hierro, magnesio y selenio), los ácidos grasos (omega 6 y omega 3), las calorías necesarias según la edad, la actividad física y la contextura, y las proteínas de alta calidad, como las que aportan la carne, la leche, la soja, el queso y algunas combinaciones de alimentos, como un cereal con una legumbre.
"La población debería, en general, tratar de incorporar más frutas, verduras, aceites vegetales, pescado y frutos del mar, y alimentos integrales, como los cereales o los panes, que está demostrado que proporcionan beneficios para la salud en general y las defensas del organismo en particular", dijo Slobodianik.
Además de esos alimentos, para la doctora Perdigón "es importante" incluir también alimentos como los yogures, los quesos o cualquier leche fermentada, "porque incluyen bacterias que mejoran el tracto intestinal y refuerzan el sistema inmunológico". Esos productos aportan probióticos, microorganismos vivos "que tienen un efecto beneficioso en la persona que los consume, especialmente contra las diarreas por bacterias y virus".
Estudios experimentales en el Cerela revelaron que los probióticos mejoran la producción intestinal de anticuerpos, que alcanza a la mucosa de los bronquios y las glándulas mamarias. "La idea de que muchos alimentos aumentan la inmunidad en la mucosa respiratoria es muy útil en esta época de brotes de enfermedades respiratorias", dijo Perdigón.
Y agregó: "Con una alimentación equilibrada en nutrientes evitaríamos problemas que son un flagelo en el país, como la cantidad de subnutridos, ya sean madres o bebes, que nacen subnutridos. Hay que comprender que si los grupos de riesgo no existen, la salud de la población mejora y eso le hace muy bien económicamente a un país".
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viernes, 24 de abril de 2009

LOS HOSPITALES DEL FUTURO

LOS HOSPITALES DEL FUTURO EN LA VISIÓN
DEL Dr. BACH Y EN LA DE AQUELLOS QUE SOÑAMOS COMO ÉL.

Los hospitales del futuro serán un santuario de paz, esperanza y alegría. Sin apuros, sin ruidos, completamente desprovistos de todos esos aterradores instrumentos y aparatos actuales, libres del olor de antisépticos y anestésicos, libres de todo aquello que sugiera enfermedad y sufrimiento. Tampoco habrá frecuentes controles de temperatura que perturben el descanso del paciente, ni exámenes diarios con estetoscopios y paracentesis que graben en su cerebro la presencia de su enfermedad. Ningún control constante del pulso que sugiera que el corazón está latiendo demasiado rápido. Porque son todas estas cosas las que alteran la atmósfera ideal de paz y calma que necesita el paciente para llegar a una rápida recuperación. Tampoco habrá ninguna necesidad de laboratorios, porque los minuciosos y microscópicos exámenes de los detalles ya no importarán cuando se asuma plenamente que es el paciente quien debe ser tratado y no la enfermedad.
El objetivo de todas las instituciones será tener una atmósfera de paz, esperanza, júbilo y fe. Se hará todo lo necesario para estimular al paciente para olvidar su enfermedad y luchar por su salud, y al mismo tiempo, a corregir cualquier defecto en su naturaleza y llegar a comprender la lección que tiene que aprender.
Todas las cosas del hospital del futuro serán elevadas y hermosas, de modo que el paciente se refugie en él, no solo para ser aliviado de su enfermedad, sino también para desarrollar el deseo de una vida más armonizada con los dictados de su Alma de lo que lo había hacho hasta ese momento.
El hospital será la madre del enfermo, lo llevará en sus brazos, lo calmará, lo confortará y le dará esperanza, fe y coraje para vencer las dificultades
El médico del mañana comprenderá que él, por sí mismo, no tiene poder para curar, pero que si dedica su vida a servir a sus hermanos, a estudiar la naturaleza humana, y así comprender en parte su significado, a desear de todo corazón aliviar el sufrimiento y a renunciar a todo para ayudar a los enfermos, entonces podrá canalizar a través de él el conocimiento que los guíe y la fuerza curativa que alivie sus dolores.
Y aún así, su poder y su capacidad de curar estarán en proporción a la intensidad de su deseo y de su voluntad de servir. Entonces comprenderá que la salud, al igual que la vida, pertenece a Dios; que él y los remedios que usa son meramente instrumentos y agentes del Plan Divino para ayudar a los que sufren a regresar a la senda de la Ley Divina.
El médico ya no tendrá interés en la patología, o la anatomía patológica, ya que SUS ESTUDIOS SE CENTRARÁN EN LA SALUD.
…La educación del médico consistirá en un profundo estudio de la naturaleza humana, y una gran comprensión de lo puro y lo perfecto, así como de la condición divina del hombre, que les permita a aquéllos que sufren armonizar sus conductas con su Yo espiritual, de modo de llevar la salud a su propia personalidad.
…El tratamiento del mañana consistirá esencialmente en despertar y estimular cuatro cualidades en el paciente.
Primero: paz; segundo: esperanza; tercero:alegría, y cuarto: fe.
Y todo el entorno y las atenciones tenderán a ese fin, para rodear al paciente de una atmósfera de salud y luz que lo aliente a la recuperación. Al mismo tiempo, los errores del paciente, una vez diagnosticados, le serán señalados, mientras se le proporciona la asistencia y el estímulo necesarios para que pueda vencerlos.
Han pasado 78 años y esto está lejos de verse pero no se renuncia jamás a un ideal. No será ahora, pero quizás en el futuro con un cambio de conciencia, se realice.
Dra María Delia Laporta

lunes, 13 de abril de 2009

El aceite de girasol

Es una fuente de grasas insaturadas cardiosaludables y de vitamina E, un potente antioxidante

Fecha de publicación: 11 de abril de 2009
http://www.consumer.es/web/es/alimentacion/guia-alimentos/alimentos-grasos/2009/04/11/93692.php
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El aceite de oliva sigue siendo con diferencia el aceite más consumido en España, seguido en segundo lugar por el de girasol. Otros aceites de semillas, como el de maíz o el de soja, le siguen a larga distancia. El cultivo del girasol para la elaboración de aceite comenzó en nuestro país hacia el año 1964, en la zona occidental de Andalucía. En la actualidad es el aceite de semillas más utilizado en España y el resto de países de Europa.

Proceso de elaboración
El aceite de girasol resulta ser una opción saludable y económica frente a otras variedades de aceite. Este tipo de aceite se obtiene a partir de las semillas del girasol "Helianthus annus", que son sometidas a las siguientes fases:
1. Descascarillado. Se separan las semillas de las impurezas. Las cáscaras se utilizan posteriormente para la producción de energía (combustible) y para la alimentación animal. 2. Trituración y extracción. La trituración es necesaria para romper las células vegetales que luego se someten a un prensado para obtener el aceite. A nivel industrial, la extracción se realiza mediante disolventes autorizados. 3. Refinado. En esta fase se eliminan las impurezas que se han formado en las fases anteriores con el objetivo de suavizar el sabor del aceite y disminuir el grado de acidez. El producto final es un aceite de color amarillo suave y sabor ligeramente dulce, con una acidez máxima de 0,2º. La denominación comercial correcta es "aceite refinado de girasol".

Valor nutritivo
En la cocina se recomienda utilizar el aceite de girasol en crudo para conservar sus propiedades
El aceite de girasol está constituido por grasa en un 99,9%. En su composición sobresalen con diferencia notable los ácidos grasos poliinsaturados (61,40 g/100 g) de los que destacan el ácido linoleico y el ácido linolénico. Estos ácidos grasos se consideran esenciales y deben proporcionarse diariamente a través de los alimentos, ya que no pueden ser sintetizados por nuestro organismo.
El aceite de girasol también aporta grasa monoinsaturada en forma de ácido oleico (22,50 g/100 g), pero en menor cantidad que la que encontramos en el aceite de oliva (73,30 g/100 g). Este aceite es, después del aceite de germen de trigo, el más rico en vitamina E (56 mg/100 g) de acción antioxidante.

En nuestro cuerpo las grasas poliinsaturadas producen los siguientes efectos cardioprotectores: reducen los niveles de colesterol total y otras grasas llamadas triglicéridos en la sangre; disminuyen el riesgo de formación de coágulos sanguíneos (trombosis y accidentes vasculares) al disminuir la agregación plaquetaria; y producen vasodilatación, es decir, aumentan el diámetro de los vasos sanguíneos. La vitamina E es un antioxidante natural que contribuye a evitar la oxidación de las células del organismo y a protegernos de la acción de los radicales libres. Esto se traduce en un menor riesgo de padecer enfermedades degenerativas como la arterioesclerosis y ciertos tipos de cáncer.
En la cocina se recomienda utilizar el aceite de girasol en crudo para conservar sus propiedades, y si se emplea para hacer frituras conviene no calentarlo en exceso. Los aceites de semillas resisten peor las altas temperaturas que el aceite de oliva, por lo que no se aconseja utilizarlos para freír alimentos. En todo caso, si se fríe con ellos, es preferible no reutilizarlos. Por su sabor suave, este aceite resulta muy adecuado como aliño en crudo y para la elaboración de salsas tipo mayonesa.

Aceite girasol alto oleico

- El mensaje "alto-oleico" anuncia que la composición del aceite de girasol se parece más a la del aceite de oliva. Este tipo de aceite se obtiene a partir de semillas de variedades de girasol especiales, ricas en ácido oleico, y representa una oferta interesante por su buen diseño nutricional y su precio asequible. El ácido oleico es un tipo de grasa monoinsaturada característica del aceite de oliva, de las aceitunas y del aguacate, y, tras esta novedad de la tecnología alimentaria, también abunda en este nuevo tipo de aceite.
En el aceite de oliva el ácido oleico está presente en una proporción entre el 70% y el 75%, similar a la que concentra el aceite de girasol "alto oleico", mientras que en el aceite de girasol convencional, este ácido graso alcanza tan sólo un 22,5%. El ácido oleico ejerce una acción beneficiosa para nuestros vasos sanguíneo y nuestro corazón, ya que aumenta el llamado "colesterol beneficioso" (HDL-c), y contribuye a reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares.
Si se comparan con el resto de aceites de semillas (girasol, maíz o soja), los ricos en ácido oleico ofrecen interesantes ventajas a la hora de utilizarlos en la cocina. Son los más adecuados para cocinar, ya que resisten mejor que los otros aceites temperaturas de hasta 180-200º C, que son las que se producen al freír; son más estables y se descomponen de una manera más lenta; e impregnan menos de grasa al alimento, el alimento frito en este aceite absorbe menos grasa y , en consecuencia, será menos calórico.

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viernes, 3 de abril de 2009

Grasas: dan sabor a los alimentos pero comprometen nuestra salud

Una de las controversias menos conocidas y más curiosas de las que se dirimen hoy en los laboratorios de investigación científica es la relacionada con las grasas trans. Aunque también existen de modo natural en alimentos como la mantequilla y algunas carnes, las grasas trans por antonomasia son las que surgen tras un proceso tecnológico, la hidrogenación parcial, que consiste en añadir hidrógeno a aceites vegetales como los de girasol o soja para obtener una grasa semisólida (la margarina, por ejemplo) que resulta más estable y consistente.

Fecha de publicación: 2 de abril de 2009
http://www.consumer.es/web/es/alimentacion/aprender_a_comer_bien/alimentos_a_debate/2009/04/02/184169.php

Las trans son consideradas hoy como las peores grasas para el corazón y las arterias, porque su consumo frecuente es aún más nocivo para nuestro organismo que el de las grasas saturadas (presentes en alimentos de origen animal, como leche, huevos y carnes), ya que, a diferencia de éstas, no sólo contribuyen a elevar el nivel del colesterol malo (LDL) sino que además hacen disminuir el colesterol bueno (HDL), con las graves consecuencias que ello reporta en la mayor incidencia de la hipercolesterolemia y las enfermedades cardiovasculares.

El uso, desde hace ya varias décadas, de las controvertidas grasas trans por la industria alimentaria se sustenta en poderosas razones: hacen que aumente la vida útil de los numerosos productos en los que se emplean (snacks y aperitivos salados como palomitas o patatas fritas, precocinados como empanadillas, croquetas, canelones o pizzas, galletas, margarinas y bollería industrial), y potencia su sabor y mejora su textura. Además, se enrancian menos, son más resistentes a la oxidación y abaratan los costes de producción.
La OMS recomienda que la ingesta diaria de grasas trans se limite al 1% del total de calorías
La duda que se intenta resolver sobre las grasas trans es apasionante. Se trata de comprobar si las trans que contienen de forma natural alimentos como la mantequilla, algunos lácteos y ciertas carnes se comportan en nuestro organismo de modo equiparable al de las grasas trans artificiales, surgidas en procesos industriales que consiguen que aceites vegetales como los de girasol, maíz y soja se solidifiquen y puedan ser utilizados como sustitutivo de grasas más caras (como el aceite de oliva o la mantequilla) y menos eficientes para la industria.
Se sabe, eso sí, que su estructura molecular es idéntica. Y la cosa tiene su miga. La industria alimentaria ha de reaccionar, le va mucho en ello: la implicación de las autoridades sanitarias de los países más desarrollados con el objetivo de una alimentación más saludable de la población es cada vez mayor, y su compromiso en la lucha contra las enfermedades de civilización (obesidad, diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares...), cada vez más firme.

La Asociación Americana del Corazón (AHA), una de las mayores sociedades médicas del mundo, ya en 2006 aconsejaba (hoy ya lo recomienda la OMS a nivel mundial) que la ingesta diaria de grasas trans se limite al 1% del total de calorías, lo que equivale, en una dieta media, de 2.000 a 2.500 calorías, a un consumo de 2 a 2,5 gramos de grasas trans por día. En noviembre de 2008 se publicó un estudio solicitado por el Parlamento Europeo para delimitar la situación actual en materia de grasas trans y preparar el terreno para la adopción de medidas que disminuyan la presencia de estas grasas en la dieta de los consumidores.

Algunos países (EE.UU., Dinamarca) ya han implantado políticas restrictivas con estas grasas trans, que van desde el etiquetado obligatorio de los productos que las utilizan o la limitación de la cantidad máxima en los alimentos hasta la prohibición progresiva de su uso en restaurantes), y todo apunta a que la UE seguirá esa línea. El estudio concluía que la medida más efectiva para conseguir una limitación significativa en la ingesta de ácidos grasos trans es la prohibición de su uso y lanzaba la recomendación de no superar el 2% de grasas trans de origen artificial en cada uno de los ingredientes de los alimentos elaborados y los platos servidos en restaurantes, con lo que se intenta promover el uso de grasas de calidad por la industria y los cocineros profesionales.
Esta limitación supondría la desaparición de alimentos elaborados con más del 1% de grasas trans en el producto final, con lo que se atendería la recomendación de la OMS. Pero el problema científico sigue sin resolverse: ¿son tan perjudiciales las grasas trans naturales como las artificiales? De serlo, convendría redefinir las cantidades recomendadas de consumo de alimentos tan populares como la mantequilla (el 2,4% de su grasa es trans, con lo que el 1,9% del producto es grasa trans, ya que el 80% de la mantequilla es grasa) y algunas carnes (en el cordero, hasta el 5% de su grasa es trans; con lo que el 1% del producto es grasa trans, ya que de media el cordero tiene el 20% de grasa).

El caso de las margarinas
El análisis comparativo de la revista CONSUMER EROSKI del pasado mes de marzo indicaba que un análisis publicado en 1996 por esta revista reveló que el 8,6% de la grasa de las margarinas lo componían los ácidos grasos trans, cuando en un comparativo posterior, de 2001, la media de grasas trans en las margarinas se redujo hasta el 1,5%, y en este último, 13 años después del primer análisis, "representa de media sólo el 0,7%." A la vista está, se aseguraba, que "los productores de margarinas han sabido modernizar la fórmula de su producto y adecuarla tanto a las futuras normativas europeas, que se prevén muy exigentes con la reducción de las grasas trans en la industria alimentaria -se habla incluso de prohibición-, como a unos consumidores cada vez mejor informados y más exigentes con su alimentación, que han comenzado a vincularla decisivamente con el cuidado de su salud".

Algunas empresas del sector alimentario han comenzado a publicar de forma voluntaria el contenido de grasas trans en sus etiquetas nutricionales y otras tienen previsto eliminar, en un futuro próximo, el contenido de los aceites parcialmente hidrogenados de sus productos. Este podría ser el camino a seguir, mientras llega la ley europea que determine los límites en el uso de estas grasas tan poco saludables.

El mundo de las grasas en la alimentación
El consumo de grasas es necesario para nuestro organismo, pero no han de representar más del 30%-35% del total de calorías de la dieta diaria. Sabido es que el aporte actual medio en los países desarrollados supera con creces esa proporción. La consecuencia más inmediata es el exceso de peso, y a la larga, y según el tipo de grasa que se consuma, problemas cardiovasculares y metabólicos, la obesidad entre ellos. En los últimos años se ha avanzado mucho en el conocimiento de la composición de los distintos tipos de grasas y de su metabolismo y aprovechamiento por nuestro organismo. El efecto sobre el metabolismo depende mucho del tipo de ácido graso de que se trate. La clave está en saber qué tipos de grasas hay, qué alimentos las contienen y los efectos de su consumo en nuestra salud.

Los tipos de grasa
Los alimentos grasos, ya sean naturales o procesados, se clasifican según el tipo de ácidos grasos que más abundan en su composición. El tipo de ácidos grasos les confiere no sólo su consistencia sino también su aptitud gastronómica y culinaria. Así, las grasas de los alimentos, con independencia de su origen, pueden tener más o menos ácidos grasos saturados, monoinsaturados o poliinsaturados. Las grasas ricas en saturados, como la mantequilla o la grasa de la carne, son sólidas a temperatura ambiente, mientras que las ricas en insaturados, como los aceites vegetales, son líquidas a temperatura ambiente. Esta clasificación también determina la calidad de la grasa, ya que el efecto sobre la salud humana depende de su ácido graso más abundante. Las grasas saturadas deben representar menos del 7% de la energía de la dieta, las monoinsaturadas entre el 15% y el 20% de las calorías totales, y las poliinsaturadas el 5%. Así suman el 30%-35% que las grasas deben representar en el total de la energía consumida mediante la dieta.
Ácidos grasos saturados. Laúrico, mirístico, palmítico y esteárico. Consumidos en exceso tienden a elevar los niveles de colesterol y triglicéridos en sangre. Alimentos ricos en grasas saturadas: carnes grasas, embutidos, patés, manteca, tocino, leche entera y sus derivados, grasas lácteas (nata y mantequilla). También se hallan en los aceites de coco y palma, muy empleados en bollería industrial, repostería, pastelería y snacks. Estas grasas, y estos alimentos, han de consumirse con gran moderación.
Ácidos grasos monoinsaturados. El más representativo es el oleico, característico del aceite de oliva, las aceitunas y el aguacate. Su consumo en cantidad suficiente protege el sistema cardiovascular: contribuye a reducir el mal colesterol (LDL) y a aumentar el bueno (HDL). De consumo recomendable.
Ácidos grasos poliinsaturados. Omega-6 (linoleico, abundante en los aceites vegetales de semillas) y omega-3 (alfa linolénico, en el aceite de soja; EPA o Eicosapentaenoico y DHA o Docosahexaenoico, en la grasa del pescado azul). Su consumo es muy recomendable. Los omega-6 de los aceites de semillas (girasol, maíz y soja), las margarinas vegetales y los frutos secos disminuyen los niveles de colesterol total y LDL, el malo, aunque hacen descender ligeramente el HDL, el bueno. Los omega-3, característicos del pescado azul (atún, sardinas, trucha, salmón), no producen un efecto apreciable sobre el colesterol pero a partir de ellos se forman eicosanoides, que promueven la vasodilatación y disminución de la agregación plaquetaria, con lo que benefician la salud cardiovascular al reducir la trombogénesis o formación de trombos o coágulos. Se aconseja consumir diariamente 2 gramos de ácido linolénico y 200 mg de DHA. Sepamos que 100 gramos de salmón fresco proporcionan 5 gramos de grasas EPA y DHA; el bonito, 2,3 gramos; y la trucha, casi 1,5 gramos. Mejor proveerse de Omega 3 consumiendo pescados azules que productos enriquecidos en esta grasa, como leche, huevos, galletas o bebidas de fruta. Un análisis de CONSUMER EROSKI demostró que el alimento enriquecido con más Omega-3, una grasa para untar, contenía sólo 0,5 gramos de Omega 3 cada 100 gramos. Comparemos con el contenido en Omega 3 de los pesados azules antes citados.
"Grasas o aceites vegetales"
Numerosos alimentos procesados contienen aceites u otras grasas, imprescindibles para la obtención del producto final, pero el consumidor no siempre conoce el tipo de grasa que el fabricante utiliza. Son muchos los alimentos que no indican el origen del aceite que se ha empleado en su elaboración. Se limitan a indicar entre los ingredientes "grasas o aceites vegetales". Esto confunde al consumidor, ya que detrás de este término, aparentemente saludable, se encuentran los aceites de coco y de palma, ricos en grasas saturadas y, por tanto, poco convenientes para la salud cardiovascular.
Además, el gran contenido en ácidos grasos láurico, mirístico y palmítico de estos aceites los hace aún menos saludables para un consumo frecuente que la grasa saturada de los productos cárnicos. Es por ello que conviene fijarse en la etiqueta de los productos y elegir aquellos en los que se especifique que el aceite utilizado es de oliva, girasol, maíz o soja. Y los que no incluyan el término "parcialmente hidrogenado" entre sus ingredientes.
ACEITE DE GIRASOL, TAMBIÉN MUY SALUDABLE

El aceite de girasol está constituido fundamentalmente por ácidos grasos poliinsaturados (61%, frente al sólo 10% del aceite de oliva) entre los que destacan el linoleico y el linolénico, ambos esenciales para nuestro organismo. También contiene grasa monoinsaturada (ácido oleico), si bien en cantidad tres veces menor que la del aceite de oliva. Su importante cantidad de vitamina E, de acción antioxidante, es otro de los puntos fuertes nutricionales del aceite de girasol. El consumo habitual de aceite de girasol, sobre todo si se alterna con el de oliva, ayuda en la reducción del colesterol total y reduce el riesgo de enfermedades cerebro y cardiovasculares por su capacidad de producir vasodilatación (aumenta el diámetro de los vasos sanguíneos) y hacer la sangre más fluida y con menor riesgo de trombos o coágulos.
En la cocina, se recomienda utilizar el aceite de girasol en crudo porque conserva mejor sus propiedades. Si se emplea para cocinar, conviene usarlo en preparaciones que no requieran de gran calentamiento: no es el más adecuado ni saludable para la fritura, porque su composición grasa hace que resista peor que el aceite de oliva las altas temperaturas, y se descomponga antes. Para frituras es más conveniente el aceite de oliva, si bien el nuevo aceite de girasol rico en oleico es más apto para freír que otros aceites de semillas: resiste mejor las altas temperaturas, se descompone más lentamente y puede reutilizarse más veces, siempre y cuando se filtre de manera adecuada.
FRITURAS SALUDABLES Y SABROSAS
Utilizar preferentemente aceite de oliva o de girasol oleico.
Calentar el aceite a fuego moderado.
No dejar humear el aceite. El punto de humo indica que se ha llegado a la temperatura crítica y es fácil que se formen compuestos no deseados y, a la larga, tóxicos.
Filtrar el aceite justo después de su uso para eliminar los restos del alimento que han quedado disueltos.
No reutilizar el aceite en más de cinco frituras, y sólo si se ha hecho bien la fritura; lo recomendable es no reutilizarlo más de tres veces.
Si la fritura se hace correctamente, el aceite de oliva penetra poco en los alimentos por lo que el valor energético total no aumenta tanto. Si se fríe con aceites de semillas (girasol, maíz, soja), se impregna más el alimento, lo que lo convierte en más calórico.

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